ELÍGEME DE ALAN RUDOLPH. LA NOCHE DE LAS ALMAS ROTAS.






Yo he visto muchas películas a lo largo de mi vida. Y sigo viéndolas. Y, como les pasará a ustedes, las he visto mejores y peores. Unas que me han gustado más y otras que me han gustado menos. Pero hay algunas que permanecen en tu memoria sin que ello tenga que ver con que estén bien o estén mal. Ello suele ocurrir porque esas películas hablan (sin querer, claro está) de la vida de uno mismo. Una de esas películas es Elígeme de Alan Rudolph.


Esta película se estrenó en 1984, en plena década de los 80, en esa década en la que creíamos que todo era posible y que el porvenir siempre iba a ser luminoso y brillante. Ello ya es un buen motivo para recordarla. El segundo, es que su protagonista, Eve, interpretada por la actriz Lesley Ann Warren, dirige un pub, algo con lo que, años después, me haría sentirme identificado con ella porque yo también regenté otro en el centro de Málaga (quien lea Fuera de juego, lo descubrirá y conocerá los detalles). Y, la verdad, es que el ambiente que se retrata en Elígeme se parece mucho al que yo vivía noche tras noche.

En Elígeme, se ven almas rotas o arañadas buscando en la noche cura y consuelo. Las mujeres sueñan con encontrar a un príncipe azul que lleven con ellos un zapato de tacón de su talla. Los hombres sueñan con encontrar a su princesa, que suele ser la camarera que les atiende con una sonrisa (forzada si no se tiene ganas de sonreír, que así es en demasiadas ocasiones) al otro lado de la barra. En la noche, se miente, se cuentan medias verdades, nos inventamos un personaje que demuestra seguridad y confianza pero que sólo siente temor e incertidumbre detrás de la impostada máscara, se oculta lo que somos y se muestra el lado hermoso de una vida tensa y angustiada. Se juega y se apuesta el alma aunque se sepa que solo vas a ganar un momento de presunta gloria que solo es un efímero subidón de adrenalina. Creemos que nuestros corazones han renacido cuando lo único que sentimos es un espejismo producido por diversas y caprichosas variedades de reacciones químicas. Y, cuando llega esa luz cenicienta de la madrugada que todavía no es amanecer, con los bares cerrados, las calles solitarias y las miradas perdidas, descubrimos que seguimos igual de vacíos que cuando la noche empezó.

Todo eso se refleja en Elígeme y, cada vez que la veo, no puedo menos que recordar, con un poco de nostalgia y mucho de tristeza, aquellos años en los que yo viví, noche tras noche, algo muy parecido. Aquellos años que pasaron y que ya, nunca más, van a volver.

Gracias, como siempre, por leerme.




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