ME PRESENTO. MI NOMBRE ES LEO...





El as derribado de Alexander Deineka, pintura que se puede ver estos días en la Colección del Museo Ruso de San Petersburgo en Málaga


Ya que esta es la entrada que inaugura este blog, creo que, para cumplir con las más elementales normas de educación, lo primero que debo hacer es presentarme. 

Me llamo Leo y vivo en Málaga (la ciudad de la que se decía que tenía más tabernas que librerías y que, ahora, posiblemente por compensar, tiene más museos que mercados municipales). Tengo más de cincuenta años pero no crean que lo digo de este modo para quitarme edad porque todavía me quedan varios cambios de calendario para llegar a los sesenta. Como le ha pasado a mucha gente de mi "quinta", la crisis que empezó allá por 2007 o 2008 (y que hace un montón de años que parece ser que ya superamos, o, al menos, eso es lo que dicen los telediarios) me ha acabado dejando sin negocio, sin trabajo y teniendo que escuchar todos los días que, con la edad que tengo, está complicado, verdaderamente complicado, que pueda encontrar alguna colocación (se suele decir así, repitiendo lo de "complicado" o, alternativamente, lo de "difícil", por si no acabo de creérmelo con que se me diga una sola vez; es ese el momento en que me pregunto a mí mismo: "Entonces, eso de que hemos superado la crisis, ¿qué querrá decir exactamente?¿Que unos la han superado más que otros?", pero esa es otra historia).


De lo que sí me he dado cuenta es de que la palabra "crisis", cuando se utiliza, hay que explicar de qué estamos hablando. Porque yo ya pasé la crisis de los 40 y la crisis de los 50. Y, la verdad, no recuerdo que fueran tan importantes como esta crisis, la de hoy, que me tiene entre preocupado (por decir algo) y desconcertado. Verdaderamente, me tiene completamente jorobado (la palabra que se me viene a la cabeza es otra pero mis dedos, ante el teclado del ordenador, se contienen pudorosamente, porque desde chico me enseñaron que hay que procurar ser "bien hablado"). Y descubres que hay distintos tipos de crisis. Cuando pasas la crisis de los 40 o de los 50, tus amigos te animan, quedan contigo y vais juntos de bares, de juergas y de comidas que no sólo te quitan la depresión sino que te pegan un buen bocado en la cuenta corriente y, de paso, te dejan el colesterol gritando socorro. Pero esta crisis es diferente: cuando les cuentas a tus amigos lo que te pasa, estos, enseguida, fruncen el ceño, resoplan, empiezan a mirar a otro lado y, poco a poco, desaparecen de escena como si se hubiera declarado un incendio del que hay que huir a toda velocidad. Entonces, cuando ves que cada vez es más frecuente que haya quienes cambian de acera cuando están a punto de encontrarse contigo, cuando empiezan a no devolverte los mensajes, a no responder a tus (cada vez más esporádicas) llamadas telefónicas y cuando un número cada vez mayor de amigos deben, forzosamente, pasar a la categoría de simples conocidos, es cuando concluyes que ahora sí que sí que estás pasando por UNA CRISIS, por una crisis de tomo y lomo, por una crisis de verdad, de verdad de la buena (o, más bien, de la mala) y que llamar a todo "crisis" es como no saber distinguir un estornudo de una neumonía. Y que hablar de la crisis de los 40 o de los 50 sólo es una forma de hablar para rellenar espacio en los periódicos y en los programas de televisión y para acabar vendiéndote algún producto que, seguramente, no te hace falta absolutamente para nada.

¿Y cómo estoy afrontando la situación? Pues como suele ser habitual aquí en el sur (de la todavía España), procurando no perder la sonrisa, con dosis adecuadas de buen humor (a veces, negro) y haciendo que la procesión (larga y eterna, que ya llevamos varias horas y no dejan de pasar nazarenos) vaya por dentro, lo más adentro posible. Y estirando todo lo que puedo la ayuda de 413,52 euros que, tan generosamente, recibo del Estado por ser mayor de cincuenta años y que de tanto estirar, estirar y estirar, ya me voy pareciendo a un médico de una clínica de cirugía estética. Ya les iré contando en este blog, ahora que tengo tiempo para explayarme a gusto, y, de paso, les hablaré de algunos amigos (los menos) y conocidos (los más, como he tenido ocasión de explicar), de las canciones que escucho, de las películas que veo y de las noticias de las que me entero, ya que mi nueva perspectiva del mundo y de la vida me ha ido revelando detalles que, antes, me habían pasado desapercibidos. Espero no aburriros ni cansaros sino que logre sacaros una sonrisa con todas las paradojas y curiosidades que no dejo de encontrarme día tras día.

Mientras tanto, descansad y sed todo lo felices que podáis, que, por eso, de momento, no se le cobra a nadie.



A ver, ¿por qué habré tenido que quedar en una cafetería que está, precisamente, en esta calle de Málaga?




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